En mi hambre debería mandar yo II, apunte (2020)

Javier Ruiz

Óleo sobre papel

Vendido

Medidas: 15.1 x 18.5 cm
Obra única
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Sobre el artista

Llega un momento en la trayectoria de un pintor realista en el que se decide la forma que adoptará su discurso, o más bien, cómo de equidistante estará este de la tradición en la que se asienta. Para Javier Ruíz Pérez, esa identidad ha recorrido diferentes derroteros, como el arte urbano o la figuración en el sentido más estricto. Ahora, esa visión del mundo nos llega con matices, como una sutil renuncia al detalle en beneficio de una pincelada expresiva y comprometida con la cotidianeidad. Digamos que el acercamiento de Javier a la realidad se asemeja a la idea del círculo hermenéutico, de aprehender la totalidad a partir de un detalle que entendemos gracias a esa misma totalidad. Son los pequeños rasgos y actitudes cotidianas de sus personajes los que marcan el diálogo con un todo que, de buenas a primeras, nos podría parecer ajeno.

En las pinturas de Javier abundan los no lugares, los campos pelados, las mesetas donde el alma humana se reduce a una mínima expresión. De ahí que sus protagonistas trabajen, jueguen y existan sin dar respuesta a los motivos que les han conducido a tales parajes. La descontextualización es importante, ya que evidencia los rasgos que dan carácter a la obra, ya sea la eliminación de los códigos propios del vestuario o el añadido de objetos y actitudes de necesaria disparidad. La pintura de Javier es un diálogo sobre las relaciones humanas, de pequeñas historias personales que conversan con macroestructuras universales. Es en este paso entre lo mundano y lo sublime donde Javier detiene el tiempo y se pone manos a la obra. En ese mundo en transición goza de una amplia perspectiva sobre las ideas que le preceden y aquellas que desea alcanzar.

A partir de ahí, su experiencia dice el resto. Crea una instantánea vivaz, natural en sus colores, fiel en las formas donde los retratados también experimentan esa transición. Algunos exhiben actitudes civilizadas, socialmente trascendentes, mientras que otros se quedan en un estadio temprano pero no por ello menos sofisticado. Podría decirse que estamos ante unas obras agradecidas con el formato expositivo. Cada pieza participa en el viejo juego artístico de crear una ventana hacia otra realidad. También establece una relación dialógica con el muro que las alberga, en la que entrevemos la experiencia de Javier como muralista. Todas las experiencias previas de Javier se asoman en algún momento en sus obras, otorgando riqueza al conjunto. Buena señal, ya que estamos ante un artista joven del que nos queda por disfrutar más riesgo y evolución.