La obra de Concha Martínez Barreto (Fuente Álamo, Murcia, 1978) supone una intensa reflexión sobre la fragilidad de la memoria y, a la vez, sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido.
A través de diferentes técnicas y medios, indaga en el pasado, pero no intentando la reconstrucción imposible de lo perdido o un árido trabajo de catalogación, sino como una tarea que da cuenta precisamente de la dificultad de toda rememoración, de la importancia de mostrar los fragmentos, las huellas que deja el tiempo.
El encuentro con unas antiguas fotografías familiares, la lleva a plantear Los nombres, un políptico de doce piezas concebido como una intensa reflexión sobre la fragilidad de la memoria y sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido.
Dibujos minuciosos y a la vez frágiles (como es el caso de la serie El viaje) que le sirven para dar cuenta del esfuerzo por recordar y del fracaso de ese intento; de cómo la memoria heredada está llena de elipsis, interrogantes y dudas.
El suyo es un trabajo sobre la propia identidad, las relaciones, el tiempo y sus huellas. Una obra que habla de la necesidad de equilibrio, de la dicotomía lastre / deuda: de las heridas y el reproche, pero, sobretodo, del amor.
“A partir de dos fotografías anónimas y raras de los años treinta –sin duda realizadas por la implicación personal que los autores tendrían con esas flores- construyo un díptico sobre la vida y su evanescencia, sobre la aceptación de la muerte y la leve huella que deja a su paso. Los ramos en la cultura occidental están cargados de ambivalencia, de connotaciones alegres y también elegíacas: celebran la llegada a la vida y sirven, a la vez, para marcar su final. La flor que comienza a marchitarse apenas es cortada es, al igual que la fotografía en sí misma, un signo de la brevedad, de la fragilidad de la vida y los recuerdos.”